viernes, 5 de febrero de 2016

Eso es la vida, y la vida es ¡ahora!

Otro tema que escribí el 21 de enero de 2015 !hace mas de un año! por Dios.  Bueno lo publico hoy porque me parece algo interesante para compartir.



Eso es la vida,  y la vida es ¡ahora!


Existen algunas personas que lo tienen todo…o casi.  Tienen belleza física, buena salud, son económicamente estables, tienen buenas carreras y/o trabajos y gozan del amor de una pareja lo suficientemente buena para que la relación -con sus altas y bajas- sea satisfactoria.  Para colmo, pueden esas mismas personas  llegar al tope supremo de las aspiraciones: tener una relación verdadera con Dios, a sea tener autentica paz.  ¿Se puede pedir más?

Bueno, el problema es que muchas personas no tienen una vida plena y abundante -satisfactoria- porque siempre están esperando "eso"  que aún les falta para completar este privilegiado cuadro,  que  puede que nunca llegue y se queden en suspenso, en espera siempre, pero siempre insatisfechas.  El quit de la vida no es de ningún modo tenerlo todo, de hecho como dije,  son casos realmente excepcionales. Lo que importa es lo que hacemos con lo que tenemos.

Hay un dicho que reza:  no es infeliz el que nada tiene,  sino el que con nada está satisfecho.  Otro reza: no es feliz quien tiene más,  sino quien menos necesita.  Es importante que dejemos de perseguir lo que nos falta para disfrutar más lo que ya tenemos. Y eso no implica ser conformista ni tampoco falta de propósitos.  Los “hubiera” no sirven de nada y mucho menos la culpa. Muchas veces lo mejor de un viaje no es el destino final, sino el camino recorrido para llegar hasta él.

Hay algo que me gusta mucho y es la idea de que para ser feliz debemos rodearnos de las personas que amamos y de las cosas que nos gustan y que ya tenemos.  La vida es muy complicada y ya tiene demasiadas situaciones desagradables y difíciles que debemos enfrentar.  Debemos tener una válvula de escape. Además de tener a Jesús en nuestros corazones ayudándonos cada día, debemos disponer  de recursos que nos permitan descargarnos cuando los afanes y conflictos nos saturen. Y la mayoría de las veces son simples. Que nuestra casa este pintada del color que realmente nos guste, dedicar un poquito de tiempo a esas tareas- improductivas tal vez- pero enormemente agradables y que suben muy alto nuestra autoestima, usar la ropa con la cual nos sentimos cómodas  –eso no excluye verse bien-, ocupar parte de nuestro tiempo en lo que nos llene –no significa ser irresponsable con nuestras obligaciones ni hacer aquello que es dañino- y darnos tiempo para las cosas sencillas que nos rodean,  tomándonos una rica taza de café, una copa de la bebida preferida,  leyendo un libro o ver una película siete veces tan solo porque nos gusta,  aunque no aprendamos nada.  Una vida abundante no necesariamente es aquella que promueve la riqueza y prosperidad, sino aquella que puede en verdad ser disfrutada sin pretensiones inútiles.   Hacer las cosas que nos gustan, cuantas veces podamos con verdadero placer.


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Una confesión de amor tardía


Esto lo escribí el día 3 de marzo de 2012, y nunca me atreví a ponerlo.  Pero, a estas fechas,  quiero ser sincera y coherente con lo que siento.  Desde luego, no creo necesario decir su nombre.



Esto es todo...!Esto es amor!

Siempre, y no sé si ha sido coincidencia, que en cuestión de amores después de tener una relación con un hombre, ocurrió que si volvía a aparecer de nuevo después de  terminar con él, fue solo para salir definitivamente y para siempre de mi vida,  para que no me quedaran dudas, esperanzas o deseo alguno por volver a verlo o saber del susodicho.  Ocurrió así en varias ocasiones y no me ha quedado el más mínimo deseo de ver o de saber del hombre en cuestión, ni la más leve duda,  ni los indeseable “si yo hubiera…”, “si solo yo...”  que tanto daño hacen y crean tanta esperanzas y expectativas estúpidas; en resumen capitulo cerrado.  En ese sentido sin embargo, hubo un hombre,  el único que en realidad puedo decir que  nunca salió de mi corazón y hasta recuerdo el día exacto que llego a mi vida, y también, el día que volvió con más fuerza si cabe, para quedarse definitivamente.  A pesar de ser una romántica incurable, siempre me negué en rotundo a reconocer la remota posibilidad de que el amor a primera vista pudiera suceder, pero al mirar hacia atrás puedo comprender que en realidad,  con él ocurrió justo así.  Porque esto es ni más ni menos, simple y sencillamente el amor más profundo, fiel y sincero que he podido sentir. Así de estúpido e infantil,  si se quiere, así de simple, así de humano.

El día que lo  “vi”  por primera vez, no era el tipo que representaba mi ideal de hombre.  En ese entonces, me dominaba los sueños juveniles de encontrar el príncipe azul: de apariencia casi perfecta y de cualidades completamente fantásticas y por tanto, irreales. Pero desde luego, no el; el  no era para nada perfecto,  al menos en lo que a físico se refiere,  y sin embargo, me conquistó tan solo en una imagen,  con su sonrisa franca, con su linda cara morena y un no-sé-qué, que ni yo ni las demás mujeres que le amamos o los hombres que le admiraron a lo largo de su vida han podido definir con exactitud.  Simplemente; lo adoré.  Lo ame enseguida, y si bien su don innato y su talento inaudito me conquisto desde antes de conocerlo, nunca pudo competir con el sentimiento inequívoco que provoco el muchacho de mirada limpia y sonrisa franca; por el ser humano maravilloso que mi alma descubrió cuando mis ojos ni siquiera se acostumbraban a mirarlo.  Lo que sentí por el fue tan fuerte, que recuerdo contarle a mi amiga en la playa Monte Rio, Azua, en una de las vacaciones inter-semestral de la universidad,  que estaba enamorada de él.  Puedo también recordar aquel día con el cielo claro, el sol aun tibio, el mar inmenso y nosotras dos haciéndonos confidencia en la arena.  No recuerdo exactamente que me contestó mi amiga Sandra, pero sí puedo recordar la profunda convicción de aquel  sentimiento que me inspiraba él.  El pasar de los años,  las nuevas experiencias, los amores terrenales, amistades; en resumen: la vida, me fue alejando un poco de él,  aunque honestamente nunca pude decir que le olvide del todo.
Cuando volvió a mi vida, y esta vez para quedarse, lo hizo con una fuerza abrumadora, arrolladora, absoluta; haciendo que de nuevo me encontrara amándolo, adorándolo, aceptando sus errores y defectos y amándolo a pesar de ellos; es más, amándolo precisamente por ellos.

Volvió a mi vida cuando no existían distracciones, ni otros intereses mayores, ni otros amores que pudieran opacar los sentimientos de ternura, de amor, y hasta por qué no, de locura que provocaba en mí.  De hecho, cuando me entere de su absurda y prematura muerte, extrañamente estaba sumergida en el afán de reunir los pedazos de mi antiguo amor por él,  extrañándolo y llenando un hueco que en resumen siempre le perteneció.  Su partida rompió mi alma en dos,  desatando los recuerdos juveniles y desbordando el dolor, donde se confundían los deseos y la realidad, el profundo amor y lealtad que le profesaba, pero también desató un torrente de sentimientos que no se si podre o si en verdad quiero eliminar en mi corazón,  pero que he debido controlar y ocultar para poder seguir viviendo.   El dolor es…a veces demasiado; honestamente me supera.  Supera el raciocinio, desafía la madurez, la experiencia, todo; a veces…y más de las que quisiera,   hasta mi fe en Dios. 

Conocer sus alegrías y los momentos de felicidad que vivió dibujan una sonrisa en ocasiones inverosímiles;  recordar sus tragedias, imaginar el dolor y la humillación que enfrentó se hace a veces insoportable, cuando comprendo de golpe y porrazo que mis lágrimas no lavan el dolor que siento por su irreparable pérdida,  ni son un real consuelo por su falta y que no me lo devolverán. Cuando tengo un atisbo de toda su vergüenza, su dolor, su impotencia, la injusticia contra el cometida, su mundo destruido sin razón.

A veces cuando pienso en su dolor, su muerte injusta y a destiempo, literalmente quisiera -y no es una palabra vana, ociosa- haberme ido yo también.  Lo único que me hace digerible que ya no está es la fe; creer que un día lo veré de nuevo y sabré que como dice la palabra de Dios en Isaías 57:1,2… “y los piadosos mueren, y no hay quien entienda que dé delante de la aflicción es quitado el justo.  Entrará en la paz; descansarán en sus lechos todos los que andan delante de Dios. …”

Cuando leí la traducción al español del libro de Gonzague Saint Bris
Regreso A África en donde el contaba: He tenido la alegría de aceptar a Jesucristo en mi corazón como mi salvador personal y él me ha perdonado, ha aliviado mis sufrimientos, y ha cambiado mi vida. Pero mi mayor alegría fue cuando él me bautizó con el Espíritu Santo. Cuando he experimentado la luz de Dios en mi corazón y Le he alabado en otros idiomas, he sentido tal alegría que no existe gozo mayor ni igual. Y quiero decir simplemente al Señor que Le amo con todo mi corazón”; finalmente  mi alma descansó de la búsqueda afanosa de un consuelo, de una señal que me devolviera el sosiego de saber que al fin estaba bien.  Me convencí de que  él estaba descansando, que Dios le había concedido su misericordia, que lo había acogido en su presencia.  Creo firmemente que Dios, mí Dios, no desprecia un alma que sufre ni un corazón puro y sincero; que un alma que le busca de corazón lo encuentra, sin importar en donde este.  El sufrió tanto que a veces me parece demasiado -aun cuando recuerdo que Dios no nos dará carga mas pesada que las que podremos llevar- y estoy convencida que él precisamente no es la excepción.

Sé que él no fue un santo y mucho menos perfecto; pero nunca jamas,  capaz de cometer las atrocidades con que enlodaron su nombre.  Sé que cometió errores, que pecó, sí, y esta es precisamente la cuestión; que precisamente no siéndolo,  dio y demostró tanto amor, mostró y tuvo tanta misericordia con otros,  tuvo tanta nobleza… y mi Dios que dice que el amor cubre multitud de pecados, y que … el que tiene misericordia alcanzará misericordia;   no es hombre para mentir y no lo dejó en vergüenza. 

Sé muy bien que nunca nadie entenderá este amor, esta fidelidad, esta espera, este anhelo,  ni todos estos sentimientos por él guardados, pero no me importa;  mi Dios lo sabe bien, conoce cada uno de ellos, lo conoce a él; y me consuela.  Sé  que regodearme en el dolor no es sano, pero me aferro a éste como un clavo ardiente, me resisto a dejarlo porque sé muy bien que el día que lo supere también es muy posible que lo habré olvidado y me niego en rotundo a ello.  A pesar de que físicamente el ya no está conmigo, permanecerá en mi mente y mi corazón hasta el final de mis días y le amaré y defenderé aun con mi último respiro.  No tengo idea de lo que ocurrirá mañana; dónde me llevara este viaje que es la vida misma, pero, con la esperanza de ver el rostro amado de mi Señor Jesús, volver a verle a él y saber que consiguió el descanso que su corazón herido y cansado  necesitaba y pedía a gritos;  vale la pena vivir.


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